Ayer mismo volvimos, tras un par de vuelos que pese a un poco tortuosos, a mí me parecieron divertidos (y largos) de pasar unos días en Copenhague y no sé si es por que la estancia fue lo suficientemente corta como para no poder hacer un balance negativo, pero solamente nos traemos cosas positivas en la mochila, frío aparte.
Salvando el sesgo de un viajero tremendamente doméstico, ya allí me parecía indispensable relatar y compartir los detalles de una sociedad que pese a que está tan cerca, puede ser tan distante a la nuestra en algunos aspectos, que son precisamente por los que he(mos) quedado maravillado y creo que pueden ser muy útiles si estás planificando un viaje a Copenhague. Os cuento.
Para empezar, el nombre real de la ciudad en la que nos alojamos es København, capital de Dinamarca. De hecho, su gentilicio es kobmendense. Por algún maldito motivo en inglés es Copenhagen, y por estas maravillas de la vida, su traducción al español es Copenhague. Deberíamos poner un piso a aquel que se puso a traducir los nombres propios.
Su idioma oficial es el danés, pero eres totalmente funcional con un conocimiento medio de inglés. Supongo que como en cualquier lugar del mundo actualmente. Sólo un panadero no supo atendernos en este idioma, y por suerte solucionó nuestra duda dándonos a probar el pastel sobre el que le preguntábamos. Comer lo soluciona todo y como siempre Lucía hizo su magia para que la estancia fuera de lo más confortable y bien alimentada en este sentido. También os digo que nos marchamos con la impresión de que el danés puede ser un idioma realmente fácil de aprender y practicar.
Están fuera de la zona euro, su moneda es la Corona Danesa (kr. / DKK) y su equivalencia con el Euro (enero’16) es de 0,13. Sin embargo eso no hace que los precios sean más bajos que en España, de hecho Copenhague es una de las capitales europeas más caras. Como dato, el salario medio de un danés equivale a unos 2300 euros. Eso sí, no tienen pega en pagar 30 kr. por un café. Saben que tarde o temprano el buen salario de ese dependiente repercutirá en ellos mismos de nuevo.
Es una ciudad plana. Lo que ellos llaman «la gran montaña» constituye el punto más elevado de la ciudad y es de nada más y nada menos que de 173 metros sobre el nivel del mar. Desde luego no es una ciudad para los amigos de la escalada.
No atan las bicicletas. Es algo que impacta de verdad cuando puedes pasear por la noche más oscura en una ciudad desierta llena de bicicletas sin ningún tipo de seguridad. Sí que es cierto que duele en el alma ver una bicicleta tirada en el suelo por el viento o por algún salvaje sin cuidado, pero lo habitual es apoyarla en el portal de tu casa y abandonarla hasta el día siguiente con la certeza de que estará ahí para ir a tu trabajo o al colegio. De hecho, los políticos van en bicicleta a su lugar de trabajo. No sé si os suena esto o si debería sonarnos más.
Siguiendo con el transporte, cuando conducen su coche es habitual que vayan a una velocidad elevada en la ciudad, pero tienen clara la prioridad. El respeto a las normas de tráfico es tajante y sobre todo a peatones y bicicletas. No hay interpretaciones posibles, puede que en algunos casos salgan chillando rueda del semáforo pero en cualquier cruce el ciclista tiene prioridad absoluta en caso de que no exista semáforo. Puedes conducir tu bicicleta como una abuelita sin ningún miedo porque todo el mundo te va a respetar. Es todo muy happyness al más puro estilo Pippi Långstrump.
Mientras en España el escándalo Volkswagen no sólo nos lo hemos pasado por el arco del triunfo sino que ni siquiera ha servido para desbancar a esta marca como líder de ventas en nuestro país, allí tienen el compromiso de reducir tanto como puedan las emisiones, gobierne quien gobierne. Se da la situación de que ya existen más bicicletas que cuidadanos y esto no es una casualidad. Para hacer esto posible, existe una red que habla de igual a igual a la infraestructura para vehículos a motor.
También los semáforos funcionan de forma distinta. En España los semáforos tienen una secuencia de verde – ámbar – rojo – verde. En Copenhague es de verde – ámbar – rojo – rojo y ámbar – verde. Esto facilita que ciclistas y coches con apagado automático en los semáforos tengan un tiempo extra para arrancar y ponerse en movimiento. Eso sí, pese a que los tiempos de luz ámbar son cortísimos, nadie se mueve hasta que se ilumina el verde.
El combustible en las gasolineras es barato en términos relativos con su salario medio. El litro de diésel cuesta de 8,5 a 9 coronas, que es algo más de un euro. No obstante, como era de esperar de un país nórdico la mayoría de personas tienen la bicicleta como su medio de transporte principal, incluídas mamás y papás con niños.
Las tormentas son fuertes e impredecibles. No eres un turista si no has hecho una visita guiada por la ciudad, así que este es un dato que, por suerte, saco de ahí y no de perder un día del viaje. Además la guía costarriquense que nos tocó, nos comentaba que en alguna ocasión una tormenta con un viento de verdad había hecho volar a un ciclista a lo Merry Poppins, pero con una vuelta al suelo menos suave. Incluso modifican sus horarios de trabajo para volver antes a casa y así evitar estar en la calle durante las tormentas.
Los incendios no son lo suyo. Los fuertes vientos que acompañan a las tormentas de las que hablamos no son especialmente amigos de la extinción del fuego. Uno de los incendios, ya hace unos cuantos años (1728 d.C.) y con origen en un candil caído, arrasó el 48% de la ciudad de Copenhague. Es representativo que ya han construído la tercera versión de Christianborg -el complejo que alberga el parlamento actual entre muchas otras cosas-, que se ha quemado en múltiples ocasiones incluso cuando tenía otros usos. Llama la atención ver hidrantes modernos instalados en el hueco de una escalera en un castillo, por ejemplo. No obstante, no es que quede mucha representación arquitectónica de la época medieval precisamente por este motivo.
No tienen infraestructuras de adorno y usan todo por muchos años que tenga. O, volviendo al punto anterior, por muchas veces que se les haya quemado. Tienen la sencillez por estandarte. Por ejemplo, y volviendo a Christianborg, siguen utilizando caballerizas y parques desde hace cientos de años. Evidentemente un museo no es un adorno.
Tienen un problema con el agua dulce. Pese a que la ciudad está sitiada por mil canales navegables, son de agua salada. El agua del grifo se puede beber sin problema, pero yo no lo haría más allá del corto plazo. De ahí y para evitar problemas de salubridad con el líquido elemento, es por lo que se tiraron a la cerveza.
Producto de esta escasez de agua, tiran mucho del recurso urinario waterless en lugares públicos, que en unos casos puede estar bien pero en otros es un desastre. Dicho esto, el resto de baños públicos convencionales y todos los de mujeres (esto me lo han contado), están siempre impecables, llegando al punto de que en algunos de ellos tienen toallas para el secado de manos. En algunos casos, los baños son mixtos, y si están separados por sexos, en ambos hay cambiadores para bebés.
No saben lo que es ganar una guerra desde que los vikingos dejaron de existir como tales. Y de ahí que Dinamarca sea, a día de hoy, un país de tamaño tan reducido. Dicho sea esto, les deslumbran sus ancestros históricos y como tal lo enseñan. Una anécdota más es la duración de la resistencia ante los nazis, durante 2 horas. No sé si ridículo o inteligente, evitaron la matanza de judíos y la pérdida de poder en su país aún invadido.
Tienen un barrio ocupado hippie que se declara ciudad libre, y se proclama fuera de Europa y que convive con el resto de la ciudad. Por cierto, una de las normas de Christiania es la de prohibición de fotografías. Es conocido por tener una calle en la que venden cannabis, pero no lo es todo. Su origen viene de la protesta por los altos alquileres en la ciudad, que acabó con la ocupación del barrio. Curioso pero nada más, según las zonas, tiene aspecto de lugar sucio. Una de las tiendas originales de madera se puede visitar en su museo nacional, el Nationalmuseet.
Hablando de museos, el Nationalmuseet es sencillamente enorme, perfecto y gratuito. Tiene una sala para comer tranquilamente tu comida. La mesa que uses, tendrás que limpiarla después con unas bayetas que tienen preparadas para tal misión. Por otro lado, otro de los emblemas culturales de la ciudad es la Glyptoteket, que no es más que la inmensa colección de arte, historia, pintura y escultura de todas las aristas del planeta de Jacob Christian Jacobsen, el fundador de Calsberg.
La admiración que tienen por su familia real es tremenda. Eso sí, es una familia cool. Mientras la española es famosa por el fornicio extraconyugal, el desatino del ‘¿por qué no te callas?’ y la caza fallida de elefantes, Margrethe II es una experta en una salvajada de idiomas, de hecho ayuda con la traducción al danés de ‘Game of Thrones’. De hecho, se puede decir sin riesgo de mentir que Margrethe II invitó a Lucía a un zumo fantástico de manzana y a una audición privada de violonchelo. Cosas de visitar a la tía Margarita el día de año nuevo.
En cuanto a su religión, aunque sus iglesias pueden parecer de construcción cristiana, son luteranos en su mayoría.
Como referentes en su industria tienen a la famosa cervecera Calsberg, a Mærsk o la juguetera Lego. Dan la sensación de estar orgullosos de su industria. De hecho, algunas de estas marcas compiten de igual a igual en tiendas de souvenirs con las propias señas de identidad danesas, no tratándose de desbancar a su bandera, sino que son un símbolo danés más. La impronta que Calsberg o Lego han dejado y dejan en la capital es más que evidente y nadie la evita, como por ejemplo la donación de la Operaen de la Fundación Mærsk. Un edificio brutal, por cierto.
Cada danés paga en impuestos del 30 al 65% de su salario. Todos conocemos el referéndum que provocó la iniciativa para la bajada de impuestos. El resultado fue un NO rotundo, resultado de que la gente saliera a la calle a protestar. Sí que es cierto que no es algo exclusivamente danés. Hace relativamente poco que Suiza aceptó por referéndum una subida del IVA.
Sus trenes regionales, son de verdad. Convierten al AVE en un juguete. Para muestra, un botón.
Las tarifas de telefonía promocionadas en las marquesinas de las paradas de bus son de 18 – 20 Gb de datos al mes por unas 120 coronas danesas (kr.). Tienen cuatro redes de telefonía allí.
Tienen una famosa calle comercial peatonal de un kilómetro de longitud. Strøget, la locura.
Su canal de televisión público DR, independiente. Por lo general, están muy al día de la situación política del país y participan activamente.
Por supuesto, su serie de televisión, Borgen. De producción pública y sobre vida política, como era de esperar.
Los daneses son directos: no piden las cosas por favor pero dan las gracias por todo con su famoso tak.
Hay un 7eleven en cada esquina. Fundamental para tomar un té (que te prepararás tú mismo) antes de morir congelado.
Venden mandarinas y naranjas españolas en todas las fruterías.
Aunque la bandera danesa es roja y blanca, su color preferido es el negro. El contraste de la piel perfectamente blanca y tersa de los daneses con su ropa tremendamente oscura es algo que llama la atención. En cuanto a vestimenta femenina, hay mujeres que van sin medias aunque la sensación térmica sea de -15ºC. No hay muchas que vistan así, cierto, pero haberlas haylas. Llama la atención ver un trozo de piel a la intemperie sin que sirva exclusivamente para ver o respirar.
Fabrican un dulce a base de almendra amarga que te recuerda hasta la próxima comida de qué estaba hecho.
Tienen en mente todo el tiempo el hygge, que viene a ser eso que les lleva a ser uno de los países con la población más feliz del mundo.
Las viviendas tienen muchos puntos de luz, indirectos y tenues en los salones. Desconozco si esto es una constante, pero al menos sí lo era en todas las estancias de la casa en la que estuvimos nosotros.
Las cortinas sólo se utilizan en el dormitorio. Es habitual ver grandes salones con grandes ventanales y ni una sola cortina. Cierto es que a las 15:00 ya es de noche en invierno, pero los días en verano son mucho más largos que los nuestros. Diría que es una cuestión de inexistencia de recelo con su rutina diaria.
Mantienen una máxima que se basa en que nadie es más que nadie. Y eso hace que tengan uno de los niveles de corrupción más bajos de Europa. Tema tremendamente conectado en la confianza que tienen los daneses sobre la gestión de sus impuestos, y de este detalle viene que no aprueben una bajada impositiva sobre sus bienes.
Resumiendo, las comparaciones siempre son odiosas, pero me da la sensación de que -en definitiva- los daneses son dueños de su propia sociedad, que construyen y conforman cada día participando activamente en ella y eso hace que en vez de sobrevivir en la que les ha tocado, la moldean a su criterio. Si tienes unos días libres, København es una visita encarecidamente recomendable y necesaria, sin duda.
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