En primer lugar, me gustaría pronunciar mi alegato dada la actitud de defensa que ha adquirido usted nada más leer el título de este post. Tranquilo, no le voy a insultar ni a considerarle imbécil por tener ese icono verde en la homescreen de su flamante terminal. Ni siquiera me consideraré mejor que usted, ni más listo.
Soy una persona de perfil ilustre, prominente, elegante, tez brillante, inteligente (en orden creciente por atributos 😉 )… En serio, una persona conectada con su alrededor. Tester de pro de clientes de twitter para Android. O de cualquier otra app interesante o novedad asequible que caiga en mis manos. También ordenado y con necesidad de comunicación. Mucho, hasta acabar apasionando o aburriendo a mi interlocutor. Pero por el canal adecuado, en el momento adecuado. Al menos, el momento lógico.
También existen otros canales, aplicaciones, redes, servicios, plataformas… Los hay a miles y apuesto a que me puedes encontrar sin mucha dificultad en buena parte de ellos, de la misma forma que en WhatsApp.
Tampoco uso LINE. Es una app que se aprecia por dos factores fundamentales y de ahí su propagación tan rápida: es gratis y tiene una cosa llamada Stickers. Después del día de rebelión en que TU PROPIO MÓVIL!! te dice que tienes que pagar (caso típico), te das cuenta de que WhatsApp intenta cobrarte una cantidad tan irrisoria como ridícula por suscripciones prolongadísimas en el tiempo y que los famosos Stickers son tan tontos como los dibujos que pintabas en parvulario, vuelves a la aplicación de partida a hacer lo propio. También para que no te consideren un rácano tus amigos. (Y ¡ojo con LINE en iOS! parece que no será tan sostenible, su modelo roto a placer de su canal de distribución, ¡no descarten cambios de modelo!). Mención honorífica, haciendo patria, a SpotBros y demás desconocidos por la masa.
Pero, ¿por qué no usar WhatsApp?
Es sencillo. Y no, LINE tampoco. Es únicamente un problema de consideración de los usuarios, que tan siquiera es sobre la aplicación, sino sobre los demás usuarios que forman su red.
El registro de última conexión (o lo que antes era la confirmación de lectura/entrega en un e-mail) parece haber dado la potestad por mayoría absoluta y aplastante al resto de personas a opinar, juzgar o incluso reclamar una respuesta a su petición. Sea en un horario adecuado o no.
El fenómeno grupos, lo dejamos para el café, que también tiene desarrollo.
Resumiendo, en mi opinión WhatsApp es una de las mejores, más rápida, sencilla y cómoda como método de comunicación. Precisamente de ahí su difusión (y ejemplo a seguir por todos, incluídos teleoperadores), y pese a que a muchos les fastidie, su éxito. De no ser así, no tendría la amplitud de usuarios que tiene en cantidad y calidad. Es una aplicación universal, abierta, útil prácticamente para cualquier entorno. Tan amplia como la propia comunicación directa. Sin duda, una revolución.
Aquellos expertos en GTD sabrían explicarlo mucho mejor que yo. El problema que me crea -siempre hablando en primera persona y quizá no compartido- es su uso. El problema es no poder desconectarla. El problema es que nadie te haría una llamada a las once de la noche para preguntarte por un pedido, pero sí que te manda un WhatsApp esperando que lo dejes todo para responderle. O para anular una reunión. O para lo urgente más tonto que pueda usted imaginarse. El problema es que esa es una mayoría constante en mi caso, y de ahí mi decisión de desinstalarla. Temporal o definitivamente, nunca lo sabremos.
Es una cuestión de karma. De descanso. De paz interior. De organización. De filtrar lo importante. De no perder el tiempo en lo banal contínuamente. De ser libre. Y por qué no, una inversión en felicidad.
A cambio pierdo alguna relación, quizá hasta alguna amistad (¡puede que hasta merezca la pena!). A veces, en conversaciones, obtengo una perplejidad enorme sobre cómo sobrevivo en un mundo tan moderno, sobre todo dedicándome profesionalmente al negocio online, tanto en apps móviles, comercio electrónico o la propia distribución de productos tangibles. Pero cuando tu agenda acumula muchos cientos de contactos, la automatización y el acceso sin restricciones es una mala estrategia y WhatsApp no nos deja elegir otra.
Créame la comunicación es necesaria, pero cualquier canal es prescindible.
Bueno Edu, la verdad que yo me lo planteo muchos días. La gente cree que enviar un WhatsApp es como mandar una carta certificada, requiere respuesta inmediata. Y realmente yo lo miro a lo largo del día, pero tampoco le hago excesivo caso. Porque para mi es una manera eficaz y cómoda de comunicarme con amigos y familiares, pero para cosas de trabajo prefiero el EMail o directamente una cosa que, Modo irónico On, parece mentira que aún exista: una llamada de teléfono!
Por otro lado, el día que lo desinstalaste te dejé un mensaje en WhatsApp con toda la mala intención del mundo, para que tengas un motivo más para volverlo a instalar.
Sin duda. Es una cuestión de usos. También es el lugar perfecto para ponerme a parir, sería un aliciente para volver.
¡Espero que esos los mensajes no entregados no tengan caducidad!
Ahora entiendo por qué nos cuesta tanto quedar para almorzar… Bonito lavado de cara por cierto 😉
Hola Sonia, era necesario, cada vez que me enseñaba Lucía las cosas que hacía con la nueva tienda, sabía que el blog era más feo. Lo dejaremos así una temporada.
Y nos cuesta quedar para almozar porque ¡trabajas demasiado!
Pues sí, hasta que los demás no aprendan a usar las herramientas, hay que limitarlas. Y como con Whatsapp esa posibilidad no existe, la desinstalación me parece el camino más lógico.
Aunque, ojo, que como no eduques a quienes te contactan (contactamos), te pasará lo mismo con otras herramientas: Google Talk, mail, Facebook, Twitter, y mil etcéteras.
Hola Lucía, ¡cuánto tiempo! ¿Qué es de ti? Me he enterado de que estás a punto de lanzar algo nuevo y eso me mantiene expectante. Espero pronto poder verte y que compartas conmigo esa nueva experiencia.
En cuanto a educación, diría que cada uno se eduque en casa. Igual que yo -a veces- me detengo y evalúo si lo que hago es lógico, el bien y el mal, el ying y el yang, el cielo y el infierno, el blanco y el negro, lo dulce y lo salado… bueno, todo eso, cada uno es responsable de sus acciones. No evaluar si molestan, es una decisión. Y para dogmas, a la iglesia.
Que sus almas queden en el limbo 😉
Cada persona decide que app tiene en su smartphone y cuál no. Aunque yo no opino que por eso haya que desinstalar WhatsApp. Prefiero educar a mis contactos, establecer un horario y poder disfrutar de la aplicación. Quitando WhatsApp del móvil te quitas un mareo de la cabeza, pero también dejas de tener lo positivo de esta herramienta. Si no les decimos a nuestros contactos cómo usamos nuestros canales de comunicación, no le echemos la culpa a la herramienta. Es cosa nuestra decidir a qué hora atendemos y a qué hora no, y no de WhatsApp. Aún así, magnífico post que ilustra cómo nos sentimos muchos usuarios.
¡Hola Moisés!
No me malinterpretes, no culpo a nadie ni a la herramienta, en caso de ser así habría escupido unos cuantos improperios a los desmesurados y habría creado una zona cero en mi agenda jajaja… Mi problema es que estaba empezando a ser una costumbre muy molesta. Si nos imagináramos una balanza, estaría muy descompensada y como lo molesto ganaba en mucho a lo positivo (suplible por cualquier otra herramienta), pues así lo he hecho. Desde luego que me pierdo la parte buena de esa app, pero para mí es un mal menor.
Como experiencia te puedo decir que con el poquito tiempo que no la tengo en el móvil (unos 15 días aprox.) ha sido muy positivo el cambio.
Gracias por tu comentario y que el karma acabe con las vidas de los molestos, ¡sea donde sea!.
Por supuesto, las políticas de comunicación deben estar claras, que estamos muy mal acostumbrados: http://www.productordesostenibilidad.es/2008/05/ni-llamadas-perdidas-ni-buzon-de-voz/
Y de ahí lo que comentábamos de educación. En realidad no es un problema del móvil. Es simplemente que perdemos las buenas formas.
Gracias por tu comentario Alberto 😉